La profundidad me besa con su ahora de mujer y siento que el corazón me pesa cuando veo al infierno volver a mí, inundándome con sus llamas. Su particular carisma ardiente abraza mis sentidos y me araña la espalda y solo puedo pensar que no merezco esto una vez más. La nueva tierra, para mi pesar, es virgen de vida, no puede respirar.
Ando a través de las grietas del suelo y se me clavan las piedrecitas, haciéndome sangre en los pies, pero casi ni lo noto porque solo me dijo en el final del camino, lejano a mi vista, pero existe.
Sé que existe.
Mis ojos se acostumbran al contraste de fuego y sombras y me pierdo en el laberinto de las olas de un mar perdido.
Tengo algo de sed y aparece una fuente de piedra con agua que no llega a salir, que se evapora antes de llegar a mis labios entreabiertos. Sigo adelante y tengo la certeza de no ir a ningún lado y ser la decisión más importante del mundo.
Llego, al fin, a la nada imperceptible y me arrastro suplicando alguna cosa, pero ni siquiera sé a quién. Me siento y espero una oportunidad o, simplemente, la eternidad solitaria con un amor prohibido:
La certeza del existir.
Garmendia 31/05/2011
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